-Hazlo, no pierdes nada.-Venga, vamos. -Cogió a otro chico de la mano y se lo llevó fuera de la casa. Él, sabiendo claramente la intención que tenía ella, la acorraló contra la pared y empezó a besarla. Ella estaba rígida, sorprendida, y cuando él la besó, ella sintió al momento rechazo. No le gustaba su forma de besar, tan salvaje, tan primitiva. Tan pasional, si eso se podía llamar así. No sabía besar, estaba claro. Ella intentaba enseñarle, y mientras intentaba mostrarle un poco otros caminos que no terminaran en ahogo, se daba cuenta que intentaba evitarle. No quería eso. Ahora se daba cuenta, y era tarde.
Al cabo de un rato volvieron dentro de la casa. La gente estaba expectante, mirándoles con curiosidad, simplemente por el churreteo que eso conlleva."Se han liado", decían. "Sí, lo hicimos".
Unos minutos más tarde de estar en esa casa de nuevo, encontrándose de vez en cuando con aquel chico e intercambiando algún que otro beso, se sintió aprisionada. Quería salir. Salió. Se sentó en la acera de la calle, echó los brazos hacia atrás, sirviéndoles de apoyo y estiró las piernas. Miraba al cielo, intentando descubrir qué constelaciones poblaban ese cielo nocturno. Vio la Osa Menor, Kasiopea. Pero no reconoció nada más. Buscó la Osa Mayor pero no la encontró. Quizá fuera por el exceso de luminosidad. Quizá porque no quería ser encontrada.
Cuando hubo dejado a un lado la búsqueda, y simplemente se dedicaba a observar la Estrella Vespertina con curiosidad, alguien abrió la puerta de la casa. Abbey no se giró a ver quién era, sinceramente no le importaba quién saliera. Nadie podía quitarle los ojos de la Estrella. Salvo una persona. Él. Él salió de esa casa y se sentó a su lado, en el bordillo, con los brazos apoyados en las rodillas. Tenía intención de charlar. Pero Abbey no tenía ganas. Él era la última persona en el mundo a la que hubiera esperado ver sentada a su lado esa noche, justo en este momento.
No dijo nada, simplemente se sentó en el bordillo a su lado y miró al cielo también. Abbey estaba nerviosa. No le había mirado a la cara todavía. No entendía por qué su corazón estaba tan sumamente nervioso. No entendía por qué evitaba mirarle a los ojos. Quizá evitaba mirarle porque sabía que algo en sus ojos la llevarían a la perdición.
Fue él quien rompió el silencio.
-¿Sabes que aquella estrella que llevas mirando todo el rato, es en realidad el planeta Venus?
Abbey se quedó muy sorprendida. Tanto, que dejó de observarla para mirarle a él. Ni si quiera lo pensó, simplemente movió la cabeza en su dirección. Él la observaba seriamente. Ella también lo hacía.
-¿Lo sabes? -Preguntó con sorpresa y curiosidad.
-Sí. Me lo enseñó mi madre cuando era pequeño.- La cara de Abbey tuvo que ser un poema porque añadió riéndose:- ¿Qué pasa? ¿Tan sorprendida estás? Aquí donde me ves, esas cosas me interesan muchísimo.
-Pensaba que eras como todos los demás. -Estas palabras se le escaparon del cerco de los dientes a Abbey, que no pudo refrenarlas a tiempo para que no salieran-.
-Si fuera como los demás estaría ahí dentro poniéndome hasta arriba de alcohol, y sin embargo estoy aquí fuera, viendo las estrellas. - "Conmigo", pensó Abbey. Estaba conmigo. ¿Significaba eso que prefería mi compañía antes que la de esa gente que estaba ahí dentro? Abbey no estaba bebida, ni mucho menos, casi ni había probado el alcohol. Por tanto aún podía pensar con claridad.
-Cierto. - Fueron las únicas palabras que logró decir-.
-¿Te arrepientes?
-¿De qué?
-De lo de Jorge.
Abbey se había olvidado completamente de Jorge. Estuvo con Nacho solamente cinco minutos y ya había conseguido que se olvidara del chico con el que hace un momento estaba liándose. Estaría buscándola, o quizá poniéndose ebrio de alcohol. No le importaba. No le importaba lo más mínimo Jorge, sólo Nacho. Eso era muy peligroso. Nacho no era de esos chicos de los que podías enamorarte tranquilamente. Nacho era diferente. Abbey sentía que en su interior había algo inflamable con el que, estaba segura, si conseguías encender la mecha adecuada, arderían él y la persona que estuviera con él también. Abbey se sentía como si fuera a ser la que encendiera esa cerilla. No sabía por qué. Nacho era un chico que atraía muchísimo. Por fuera parecía ser un chico bastante odioso, de los graciosetes de turno que eran bordes contigo. Lo era con Abbey. Siempre había sido borde con ella. ¿Por qué ahora era tan... mono? ¿Había tomado alcohol? Abbey no se lo explicaba, pero tampoco quería pensar en la respuesta esa noche. Simplemente quería vivir ese momento y punto. Dejarlo todo al azar.
-No me arrepiento. -Aunque en realidad sí que se arrepentía de haberlo hecho, pero no podía admitirlo-.
-¿Ves? Te dije que no pasaba nada.
Abbey sonrió en la noche. Una sonrisa dulce, pensativa, melosa. Nacho la miraba. La miraba de una forma extraña. Era una mirada que no había visto nunca. Parecía que una tormenta se desataba en el fondo de esos ojos azules y no podía evitar sentir que esa tormenta también la arrastraba a ella. De repente sintió curiosidad. Quiso ver las razones por las que los truenos y los rayos hacían que las aguas de ese mar estuvieran turbias. Lo que no supo es por qué quiso acercarse. La curiosidad era en ella una cualidad que a veces podía ser buena y a veces mala. En ese momento no podría decir qué tipo de cualidad era... porque ahora no podía pensar. No podía seguir el hilo de sus pensamientos. Todos sus sentidos se centraban en una cosa. Y sabía que no podía pasar, pero estaba pasando...
Abbey se paró a medio camino de sus ojos y decidió enterrar una parte de su curiosidad. No se dio cuenta que se había levantado, se había sentado sobre sus piernas y tenía la mano derecha medio levantada, en intención de tocarle. Cuando fue consciente de su situación bajó la mano y se sentó de nuevo en el bordillo de la acera. Volvió a mirar al cielo, esta vez a la Osa Menor... Pero no le dio tiempo a contar si quiera una de sus estrellas cuando Nacho hizo que se volviera a mirarle de nuevo. Esta vez era él quien se acercaba lentamente, parecía estudiar las reacciones de Abbey, que miraba curiosa y ansiosa cómo sus ojos iban cambiando de intensidad a un azul más vivo que nunca. Jamás se había fijado en sus ojos, pero ahora que los tenía tan cerca podía sentir cómo el fuego azul que emanaban quemaba sus entrañas. Nunca pensó que pudiera pasar eso entre ellos dos. Él tenía la clara intención de besarla, pero ella deseaba huir. Ese fuego la asustaba y atraía al mismo tiempo.
1 comentario:
Ohhh!!!! me encanta tia!!!! Está genial!!!!!! Si esk cuando te inspiras.. eres la mejor, y cuando no, tambien!!! teQ muuuuaks!!!
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